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‘Anora’, la Cenicienta objetiva

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Cultura

‘Anora’, la Cenicienta objetiva

Sean Baker firma una comedia prodigiosa con la que dinamita todos los clichés cinematográficos sobre el amor romántico interclasista.

Mark Eydelshteyn y Mikey Madison en una escena de ‘Anora’. DREW DANIELS / UNIVERSAL PICTURES
Manuel Ligero
31 octubre 2024 Una lectura de 4 minutos
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No hay que confundir la puta Cenicienta con la Cenicienta puta. La puta Cenicienta hace referencia al cuento de hadas (llevado al cine por Disney y otros) en el que una mujer explotada doblemente (por vía familiar y por vía laboral) sólo puede liberarse de su condición proletaria supeditándose al hombre, un príncipe azul que acude a su rescate para ascenderla en la escala social: de trabajadora doméstica a aristócrata (una que tendrá, obviamente, a otras Cenicientas a su servicio para limpiarle la mierda). La Cenicienta puta (Pretty Woman, para que todos nos entendamos) es una versión de la anterior pero con la particularidad de que se dedica a la prostitución, con lo que la fuerza de trabajo y la propia carne acaban confundiéndose.

Ambos relatos han infectado con su toxicidad a generaciones y generaciones de niñas (y niños, claro) por cuanto no se cuestionan el orden establecido ni las relaciones de poder. Estamos ante un escenario de desigualdad galopante. Hay un claro conflicto entre dominación y subordinación, pero nada de eso se pone en tela de juicio. Ni el dinero ni el patriarcado se tocan. Por el contrario, cantamos juntos alegres melodías, «pronto, pronto Cenicienta», «pretty woman, walking down the street», etc., etc., y que todo siga igual.

Hay un momento en la película Anora en el que su protagonista (Mikey Madison, absolutamente grandiosa) se refiere a sí misma como «the fucking Cinderella». Los teóricos marxistas llamarían a eso «falsa conciencia», porque en realidad ella estaría más cerca de ser «the Cinderella whore», pero no nos enredemos más con eso.

Ani, diminutivo de Anora, es prostituta y se ha casado con el atolondrado hijo de un oligarca ruso tras pasar una semana con él en Las Vegas. Ani sueña con ir a Disneyworld de luna de miel porque ella creció en ese universo infantil de princesas y purpurina. Ani, Anora, no ha sentido la arrebatadora pasión del amor romántico. Simplemente ha visto su oportunidad de salir del pozo y la ha cogido al vuelo. Y bien que hace. A partir de ahí, Sean Baker, el artífice de esta historia, se dedica a dinamitar todos y cada uno de los apestosos clichés cinematográficos sobre el amor interclasista. Y el resultado es una joya.

Sean Baker, un cineasta humanista

No es de extrañar que el comité del festival de Cannes tuviera en el radar a Baker desde hace tiempo. The Florida Project (2017) ya era una obra maestra (rodada en un motel barato en la periferia de… ¿adivinan?: Disneyworld), y uno no ve obras maestras todos los días. Es normal que ahora lo incluyeran en la sección oficial. Y es maravilloso que lo premiaran con la Palma de Oro, por delante de nombres consagrados como Cronenberg, Lanthimos, Coppola, Audiard o Sorrentino, todos ellos en competición. Porque Sean Baker es especial. Es todo lo contrario a un cínico (un perfil que tiene mucho prestigio; que se lo digan si no a Ruben Östlund).

A Baker lo adorna una cualidad muy poco común en un artista: adora al género humano. Que retratara con enorme ternura a los niños de The Florida Project es hasta cierto punto lógico: son niños y nadie puede permanecer impasible ante ellos, especialmente si están en dificultades. Hasta el rostro de Willem Dafoe, adorable ogro protector en aquella cinta, se transforma ante ellos. Pero es que en Anora sube la apuesta: hasta los esbirros armenios que acosan a la protagonista para que anule su matrimonio están representados con afecto.

Este candor es la principal baza de su director, que no emite ningún tipo de juicio moral sobre su protagonista y su modo de vida. No está ahí para eso. Está para observar las tribulaciones de todo el elenco (cada uno las suyas) con mirada humanista, compasiva y cariñosa. Y con humor, porque Anora es una comedia. Una comedia cruda, a veces incómoda, a veces ambigua, de esas que hacen reír al público en momentos en los que quizás no debería hacerlo… pero lo hace. Y su director maneja tan bien los tiempos (pero taaaan bien, en 2 horas y 19 minutos de metraje), que sabe narrar con diferentes ritmos y velocidades la presentación, el idilio, el conflicto, el vodevil, el desengaño, frenando y acelerando, todo ello sin perder ni un momento la atención del espectador. Y su cierre, arrasador, es quizás el mejor momento cinematográfico del año.

Si en Hollywood no se pasan de puritanos, se debería llevar unos cuantos Oscar.


‘Anora’ se estrena en cines el jueves 31 de octubre.

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