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Prostitución femenina: la violencia de género socialmente aceptada

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Prostitución femenina: la violencia de género socialmente aceptada

Una reflexión acerca de la prostitución como legitimización de la violencia machista

Manifestación de prostitutas en Madrid. FERNANDO SÁNCHEZ
Amparo Ariño
03 noviembre 2015 Una lectura de 2 minutos
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La prostitución -se ha dicho- es la profesión más antigua del mundo. Qué vergüenza que se considere así al uso pactado -en el mejor de los casos- del cuerpo de la mujer para satisfacción sexual del macho de la especie humana. Violaciones aparte, que son gratuitas, el hombre paga para conseguir la satisfacción de su tensión sexual usando el cuerpo de una mujer, bien sus genitales, bien cualquier otro “trozo” de la corporeidad femenina.

En efecto, el cuerpo de la mujer se trocea en el imaginario masculino como podría trocearlo un carnicero. Hace muchos años se exponían en los escaparates del Barrio Rojo de Amsterdam reproducciones en látex de una vagina, a veces inserta en una vulva peluda. El conjunto se delimitaba en una sorprendente forma cuadrada. Por algún lado había que cortar, supongo, y lo esencial estaba ya logrado. Eso es lo que fundamentalmente busca el hombre que paga a una mujer para utilizar su cuerpo para desahogarse.

Este desahogo tiene, oculto en el fondo o claramente manifiesto, otro componente más: el hombre domina así a la mujer, la somete, para eso la paga. No busca la reciprocidad ni la simetría propia de una transacción libremente elegida entre sujetos. La puta existe para obedecer, “para hacer lo que yo digo/a, que para eso la pago”. No, no es un laismo, la pago como pago una hamburguesa, no es que le pague a ella por un trabajo realizado.

Curiosamente también entre las parejas oficial y legalmente constituidas se da muchas veces este modo de pensamiento. El hombre manda, porque mantiene la casa y si no la mantiene, cuando la que se encarga de subvenir a las necesidades materiales es la mujer, pues aún quiera mandar más. “Qué se ha creído ésta, que porque trae un dinero miserable, o porque tiene un buen trabajo porque ha tenido más suerte que yo (a saber a quien se habrá tirado) ya es igual que un hombre, ya es igual que yo, y puede decidir, y hacer lo que quiera ¡Puta!”. Curioso, curioso y contradictorio uso del término en esos casos.

¿Donde está la raíz de todo este horror indigno de seres humanos racionales y moralmente evolucionados, seres que supuestamente han superado el estadío primitivo de la civilización? Abordaremos esa cuestión en otro momento. Ahora me importa señalar cómo la mayoritaria aprobación social del hecho de la prostitución esta dando legitimación a la consideración de la inferioridad esencial de la mujer y argumentos a los machos maltratadores.

Amparo Ariño es doctora en Filosofía por la Universitat de València.

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